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MERKEL; EL ADIÓS A UN PREEMINENTE SÍMBOLO ALEMÁN

Es un hecho que ningún político ha marcado el destino de Europa en la última década como la canciller alemana Angela Merkel quien, luego de dieciséis años en el poder, se ha retirado tras las elecciones generales del pasado domingo 26 de septiembre. Una separación difícil y una nueva era. Es difícil imaginar a Alemania sin la figura de esta poderosa dama que logró llegar al fin de su mandato con los niveles de aceptación más altos en su país. 

Ángela Merkel fue un símbolo de liderazgo en un siglo donde escasean los líderes. En 16 años que estuvo en el poder le tocó enfrentar toco tipo de crisis: la crisis financiera de 2008, la crisis migratoria, la guerra contra el terrorismo, la crisis de la pandemia, etc. Una mujer que siempre demostró criterio y carácter.

En la pandemia puso la política al servicio de la ciencia. En la crisis migratoria fue solidaria con los refugiados sirios y asumió un costo político interno en las elecciones. O en la crisis financiera fue firme en su responsabilidad fiscal. Merkel se convirtió en una figura materna de sensatez que nos cuidaba de tanta locura que ha pasado y gobernado este siglo.

La defensa de la democracia liberal, que está amenazada en todos los frentes: el populismo, las redes sociales, el autoritarismo, la corrupción. Merckel se convirtió en un símbolo de lo que significa ser un demócrata.

Porque le tocó bailar con los más feos, poderosos y peligrosos. Putin, en Rusia, Trump en Estados Unidos, Xi Jin Ping en China, Johnson en Gran Bretaña y Erdogan en Turquía. A Putin lo conoció bien y le hablaba en ruso. Lo manejó con tacto frente a la amenaza militar que significa Rusia para Europa, a Trump, se le enfrentaba en las grandes cumbres, a Primer Chino, lo tenía que lidiar con pinzas porque era su principal mercado de exportación. A cada uno le tocaba desplegar una inteligente diplomacia para defender los intereses de la Unión Europea.

Sin duda va a dejar un gran vacío. Fue una gran defensora de la Unión Europea. Siempre luchó por mantener la estabilidad y el multilateralismo. Su alianza con Francia fue esencial para lidiar con las tensiones internas. Por ejemplo, los regímenes más autoritarios de Europa oriental o el pulso que ganaron con los países ricos del Norte como Holanda, Dinamarca Austria o Suecia para aprobar los millonarios paquetes de ayuda económica a Italia y España luego de la pandemia.(Caracol 27/09/21).

Nació el 17 de julio de 1954 en Hamburgo, en Alemania Occidental, pero sus padres se trasladaron poco tiempo después al este. Es la única canciller que creció en un país que ya no existe: en la República Democrática Alemana (RDA), detrás del Muro de Berlín. De hecho, la construcción del Muro, en agosto de 1961, es su primer recuerdo político. En ese entonces, la pequeña Angela Dorothea Kasner vivía con sus padres, Herlind y Horst, y su hermano menor, Marcus, en una pequeña ciudad, Templin, unos cien kilómetros al norte de Berlín, donde su padre era pastor luterano.

Los Kasner regresaban un viernes de sus vacaciones de verano, en las que le habían cumplido a la abuela materna de Angela su sueño de recorrer Baviera en un Volkswagen Beetle. Pero su padre comenzó a notar algo raro, fuera de lugar: en los bosques se amontonaba alambre de púas. “De sábado a domingo comenzó la construcción del Muro”, recordó Merkel. “Mi padre ofreció ese domingo un servicio religioso y había un ambiente horrible en la iglesia.

Nunca lo olvidaré: las personas lloraban, mi madre también lloraba”. Así despertó a la realidad de ese estado socialista, con una de las policías secretas más represivas del mundo y sin muchas de las libertades de las que gozaban quienes vivían en el lado de Occidente, incluso sus propios primos y su abuela, en Hamburgo.

Merkel, sin embargo, ha descrito su vida en Templin de manera positiva. Asegura que creció “en un Estado malo pero, por ejemplo, con una hermosa naturaleza”. Su infancia y adolescencia tuvieron matices normales, con amores platónicos, escenas de rabia en la pubertad, sueños —quería ser patinadora de hielo— y fiestas colegiales en las que ella, sin embargo, se sentía algo triste: “Era la persona que comía maní mientras el resto bailaba”, admitió en 1994, cuando ya despuntaba el interés por conocer más sobre la entonces joven política del este.

Pero su vida en la RDA también estuvo marcada por el régimen y mucho se ha discutido desde entonces sobre su relación con el sistema. Merkel, por ejemplo, militó en una organización juvenil socialista, la FDJ (Juventud Libre Alemana, por sus siglas en alemán). Y aunque se especuló que pudo haber estado a cargo de la “agitación y propaganda”, ella explicó, en una entrevista en 199, que lo hizo mayormente por “oportunismo” y que su labor consistió en organizar temas culturales a nivel local. Poco después de que cayera el Muro, nunca sintió que la RDA fuera su patria y dijo que más bien usó el “margen de maniobra” disponible para poder lograr sus objetivos.

De cualquier manera, de su juventud detrás del Muro le sobreviven muchas de las características que hoy la definen como canciller: su disciplina acérrima —fue la mejor estudiante en el colegio—, su afán por no llamar la atención —indispensable para persistir en la RDA—, una claridad argumentativa que heredó de su padre y una tendencia evidente hacia la planeación, aunque eso afectara su espontaneidad. Merkel ha admitido que le gusta pensar en los regalos de Navidad meses antes de que se acerque la fecha para así “evitar el caos”.

También le quedó el conocimiento del ruso que, junto con inglés, era su materia escolar preferida y que le ha servido, desde que asumió el cargo de canciller, como un punto en común con el presidente ruso, Vladimir Putin, el líder internacional con quien más tiempo ha compartido y uno de sus más difíciles rivales.

Pero por más habitual que sea escudriñar en el pasado de Merkel para encontrar los rasgos de su pensamiento político, lo cierto es que nadie habría osado pensar, en la dictadura de la RDA, que esa joven aplomada y discreta terminaría convirtiéndose no sólo en canciller de una Alemania reunificada —algo de por sí inimaginable para muchos—, sino, sobre todo, en una persona a quien la revista Forbes describió como la mujer más poderosa del mundo por diez años consecutivos. Justo ahí está lo que la hace única: “Lo especial es su origen”, explica Robin Alexander, uno de los periodistas mejor conectados de Berlín, que cubre la cancillería para el periódico Die Welt.

Así, Merkel, entrega el poder habiendo marcado como pocos, para bien o para mal, el destino de Alemania y Europa. Este año bromeó con que llegó a la cancillería cuando ni siquiera se había inventado el iPhone. Y hay una generación completa que sólo conoce el liderazgo de esta inusual canciller que dejó el mundo monótono de la investigación científica en un país que ya no existe y terminó negociando con cuatro presidentes estadounidenses, cinco primeros ministros británicos, cuatro presidentes franceses y ocho primeros ministros de Italia, por sólo nombrar algunos.

Después de dieciséis años en lo más alto, ha rechazado cualquier nuevo puesto político y quiere, como dijo alguna vez, “encontrar el camino de vuelta hacia la vida normal”. Para ella, esa normalidad probablemente esté ligada a la región donde todo comenzó: cerca de Templin, de donde es ciudadana honoraria. Allá tiene una casa de campo y puede caminar a placer por los bosques de Brandeburgo, disfrutar de la cotidianidad sencilla que le recuerda a su infancia, tener una añorada “fase de aburrimiento” y, sobre todo, aprovechar lo que siempre le hizo falta para ser “completamente feliz”: tiempo.

Opinión.salcosga@hotmail.com

@salvadorcosio1 

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