mañanera claudia sheinbaum

Relato de una reportera que vino como turista:

Pensé en ese turista que dijo que un día antes dijo que el huracán le valía madres mientras seguía disfrutando de la playa y sus cervezas como si nada pasara ¿le seguirá valiendo madres ahora? No lo sé

Cuando comenzó a sonar la alarma el corazón me latía más fuerte.

Para entonces ya estaba asustada, pero hacía mucho tiempo que no sentía tal incertidumbre. Tomé el celular y salí al balcón para grabar el aviso que vino después y que se escuchó en toda la ciudad: “Este es un mensaje importante de Protección Civil. Se ha activado la alerta verde debido a la presencia del Huracán Nora. Extreme sus precauciones y manténgase en una zona segura”.

Detuve la grabación, tomé algunas fotografías y las compartí con mis jefes para darlas a conocer en este medio de comunicación. Cerré la ventana y conecté la computadora para comenzar a trabajar.

Por fortuna había salido horas antes a comprar las cosas que necesitaba y ahora podía quedarme encerrada “tranquilamente” por unos días. Hasta ese momento pensé que a Puerto Vallarta solo llegarían lluvias y rachas de viento menores, que nada malo pasaría.

Definitivamente estaba equivocada.

Seguí trabajando, y desde donde estaba aproveché para tomar videos y fotografías. Reportera al fin, me dije.

Pensaba pasar unos días trabajando, pero aun así poder disfrutar del mar, la arena en los pies y por qué no, hasta tomarme algunas bebidas espirituosas en mis ratos libres. Pero mi imaginación y la realidad no se pusieron de acuerdo esta vez.
Poco después la alarma volvió a activarse. De nuevo corrí al balcón celular en mano y esta vez anunciaron la alerta naranja. Decían que desalojarían a los huéspedes de hoteles cercanos al mar y las acciones de Protección Civil continuaron invitando a la población de zonas de riesgo a acudir a los albergues o trasladarse a lugares seguros de su confianza.

La lluvia que horas antes no pasaba de una leve llovizna, comenzó a arreciar. Intenté mantener la calma, cerrar todo y esperar que Nora pasara sin mayor problema, como ya habían pasado otros huracanes por este punto sin que nada fuera a mayores.

Pensé que por fortuna el viernes había logrado salir, caminar, tomar fotografías y disfrutar un poco de ese panorama que me gusta disfrutar en chanclas y que ahora era muy, pero muy distinto.

Desde el balcón ya no podía ver el mar. El cielo estaba totalmente negro y la lluvia ya no se detuvo. El paisaje colorido que imaginé, se había tornado en una especie de negativo.

Todo era plano y las calles estaban totalmente vacías, calladas, anegadas. Pasé una noche sumamente intranquila. Pensaba que en cualquier momento podían volver a sonar las alarmas o que podría estar en una zona de riesgo y que tal vez tendría que salir de ahí.

Las imágenes de los cierres carreteros, la caída de árboles, las calles oscuras y la falta de servicios en municipios nayaritas me provocó ansiedad. No sabía que lo peor estaba por venir.
Por la mañana lo primero que hice fue abrir las ventanas y salir al balcón. La desolación era indescriptible, lo mismo que ese sonido aterrador del silencio. Lo supe minutos más tarde: el río Cuale se desbordó, derribó parcialmente un hotel y causó destrozos en el corazón vallartense.

Luego vi las fotografías de uno de mis compañeros reporteros. Un coche estaba sobre otro y algunos estaban casi sepultados en el lodo. Las autoridades tuvieron que cerrar a la circulación el primer cuadro de la ciudad.

Hay 2 personas desaparecidas. Definitivamente esa linda fotografía en mi imaginación ahora era un cuadro surrealista que paradójicamente cambió la realidad que cientos de personas vivían apenas horas antes.

Pensé en ese turista que dijo que un día antes dijo que el huracán le valía madres mientras seguía disfrutando de la playa y sus cervezas como si nada pasara.

¿Le seguirá valiendo madres ahora? No lo sé. Conforme pasan las horas el panorama ha ido cambiando. Unos limpian sus casas, otros recogen los objetos que el viento cambió de lugar o buscan aquellos que ya no están al alcance de su vista.  

Desde aquí, el mar se ve muy distinto, tranquilo pero gris. Nora ya se aleja de las costas de Jalisco y a lo lejos se escucha un mariachi que entona Las Mañanitas. Y es que la vida sigue. Hubo temor, pero ahora hay esperanza. Puerto Vallarta debe levantarse como otras veces y recuperar sus colores.

He sido parte de una historia muy distinta de la que me formé antes de venir, pero me gustó vivirla y poder contarla. Ahora esperaré días mejores para volver a chancletear por las calles de Vallarta sintiéndome turista.

Seguro podré mirar el mar y otra vez será azul; me tomaré otra bebida helada a mi salud y sin pensar en nada más. Seguramente para entonces podremos todos contar mejores historias, unas más coloridas.

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