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Entre la ética y la política: Las razones del ‘Tigre de Álica’

Manuel Lozada pareciera ser un héroe a la fuerza, no tanto un villano por vocación. De cualquier manera el personaje es toda una fuente de lecciones en el terreno de lo ético, asunto ampliamente discutido hoy en relación con el ejercicio político. Temas, ética y política, que por lo general en nada se relacionan en los tiempos de un “pragmatismo” mal entendido o de plano, retorcido.

De indio ladino y traidor a la patria, a precursor del indigenismo y el agrarismo ha sido traído y llevado el Tigre de Alica, Manuel Lozada. La razón de tan controvertidas caracterizaciones se deriva de los acuerdos que de manera pragmática estableció el caudillo de claro perfil indígena, pero también a causa de los movimientos en los que se vio involucrado, unos en el orden político y otros en términos del reclamo por las tierras, su patria, de la que habían sido desposeídos (a sangre y fuego) desde la conquista.

Se ha dicho que a lo largo de 250 años, en la región se vivió una constante confrontación. Luchas constantes que según algunos estudios, habrían iniciado desde 1675. Parece quedar claro que Lozada tan solo se convierte en uno de los principales iconos de un movimiento social muy amplio y con raíces profundas en la historia de la región. Las cuitas personales que se citan para caracterizar como un movimiento personal-sentimental al lozadismo, de esa manera quedan excluidas, puesto que más allá de los asuntos relacionados con faldas, existen intereses de gran peso, amplio, que están tras el movimiento encabezado por Lozada. Pero sobre todo existe una historia muy semejante al descrito por Marx en el capítulo XXIV de El capital, en el que aborda la cuestión de la acumulación originaria. Queda claro que una historia de amor no tiene nada que ver con un capítulo de la historia de la región, tan importante. Tan importante sobre todo en la actualidad, dado la presencia de significados en el orden de lo ético.

El cabecilla de la “Gavilla de Alica” deja constancia, en el documento mediante el que solicita la gracia del indulto ante el Congreso de Jalisco, de las razones por las que se vio envuelto en un movimiento que ni tan solo deseaba integrar. Esto es, Manuel Lozada resulta ser una víctima con fuertes tintes de heroicidad, pero como esa fatalidad vivida por las víctimas del holocausto nazi. Esto es, se puede hablar de heroicidad, pero a la fuerza de las circunstancias, que arrastraron al controvertido personaje a un escenario que él mismo hubiera preferido no vivir.

Los hombres adinerados de esos días constituían una oligarquía tan ladina como los indígenas de los que no se podía esperar “patriotismo” luego de siglos de brutal despojo, de ser terriblemente sojuzgados y tratados prácticamente como bestias de carga. Esa situación, que desemboca incluso en nuestros días con pueblos indígenas que constituyen el ejemplo de que la pobreza tiene un extremo bárbaro, no podía ser de ninguna manera el caldo de cultivo para los sentimientos patrios.

A Lozada, lo mismo que “los pobres” y su expresión más extrema, los “descalzonados”, se les habían cerrado todas las puertas. Se les persiguió en el ánimo del exterminio, objetivo que la oligarquía no logró concretar más por razones numéricas que por fiereza de las armas de los hacendados, de las familias ricas de esos días. Era profundamente estúpido esperar sentimientos patrios o un nacionalismo cultivado sobre el sometimiento. No se podía esperar lealtad de quienes habían sido traicionados y graduados en la alta escuela del doblez, la traición, el engaño y la mentira con fines prácticos. Los pobres, orillados a los extremos de la cerrazón social, simple y sencillamente se abren puertas por la vía de la violencia.

La vida de Lozada es otro de los excelentes momentos que invitan a la reflexión y el análisis de la relación que todos suponemos debe existir entre lo político y lo ético. De hecho, en Lozada se da la oportunidad de dimensionar cuestiones de tanta importancia como la razón ética, la razón práctica, la razón pura y la razón crítica (y hasta la razón cínica).

Manuel Lozada no es sino el ejemplo a seguir para quienes ven cerradas las puertas de la movilidad social. Es lamentable reconocer, para quienes sostenemos que la violencia en cualquiera de sus formas es inaceptable, que esa es la única forma posible, y a la vista, para quienes reclaman espacios para la manifestación de su potencial. Es lamentable, pero la violencia tal parece es la única vía de desarrollo para los excluidos. En realidad nadie quiere morir ante las puertas de la ley, como en la historia de Kafka.

La historia es un registro de lo humano. Lo humano, a su vez, resulta ajeno a la perfección cuando la realidad dista mucho de ser lo ideal, de ser una utopía convertida en realidad.

Una vez más ha salido a relucir la reflexión en torno a la figura de Manuel Lozada, El Tigre de Alica. Hasta ahora el controvertido personaje sigue secuestrado por los historiadores como uno de sus temas recurrentes. Sin embargo, cada vez más y más el análisis y la reflexión en torno al “indio ladino” se convierten en un asunto de carácter público. Esto tiene su razón de ser de fondo y posee un gran significado.

En buena medida analizar el personaje implica hurgar en el pasado. Hacerlo, representa la búsqueda por la identidad de la sociedad nayarita que se presume extraviada. El debate nos indica que existe también una preocupación por esclarecer la historia del estado y por lo mismo, un rescate del patrimonio histórico de Nayarit.

Para Stephen Hawking “Un suceso es algo que ocurre en un punto particular del espacio y en un instante específico de tiempo”, y de ahí se puede dar inicio a una definición de la historia, que no está hecha tan solo de tiempo, sino que es de naturaleza fundamentalmente humana.

Es importante tener en cuenta que en buena medida ese rescate del material histórico no se ha dado. Hasta la fecha buena parte de la historia del estado está a punto de perderse definitiva e innecesariamente. No se pierde cualquier cosa, pues es lo humano, la historia que explica la identidad y hasta la personalidad, el carácter, el temperamento, a una sociedad en un momento dado.

Preservar el patrimonio histórico del estado es una responsabilidad que gravita, por cierto, no solamente en la autoridad estatal. Es una responsabilidad común que le corresponde a las más diversas instituciones, pero sin duda de manera destacada a las instituciones educativas. Desafortunadamente la Universidad no las tiene todas consigo en empeños como este (ni en otros, ni siquiera en la esfera de lo ético).

El debate sobre Lozada sin duda tiene en todo momento enseñanzas ejemplares que probablemente puedan influir en ámbitos más abiertos.

Esto tiene que ver con la personalidad y el rol que jugó en la historia del estado. Muy atinadamente lo sostenía el historiador nayarita Salvador Gutiérrez Contreras: Manuel Lozada no fue un santo, pero tampoco lo fueron sus enemigos.

La verdad sea dicha no hay personaje en la historia que haya sido un santo. Las luces y las sombras acompañan todo lo humano. De ahí la polémica encarnizada entre quienes consideran a Cristo como un personaje histórico y entre aquellos que consideran eso como una blasfemia.

No hay nada humano que puede ser considerado como perfecto. La santidad solamente es un punto de referencia que puede orientar la conducta y el quehacer humano, pero es un punto inalcanzable y nada más.

¿Quién se considera libre de culpas?, ¿Quién se considera ejemplo de la perfección de la que se habla en las sagradas escrituras? Es obvio que no hay nada humano ajeno a los errores, y ningún error puede considerarse más grande que los demás. No existe nadie con el perfil de la perfección, pues todos somos en buena medida producto de nuestras mismas circunstancias.

El ser humano es un ente histórico. Por ello, no podemos pretender la satanización de los personajes de la historia, pero conviene desacralizar el análisis histórico.

No se puede andar en la investigación, ni en la reflexión o el análisis históricos, con el ánimo de los acuchilladores. La historia es el registro de lo real, y lo humano no tiene nada de perfección. La Inquisición no cabe ni en el presente ni en la historia. La historia es lo nuestro, somos todos. La historia no existe en el Paraíso.

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