Me emocionan esas gentes siempre dispuestas a donarse, a luchar por el bien colectivo, renunciando a sus intereses personales, acogiendo en su existencia un proceder de encuentro y acogida. Confesaré también que me inquieta esa otra ciudadanía encerrada en sí misma, que no comparte el ejercicio generoso y responsable de su distintiva misión. Nuestro propio hábitat nos requiere a todos un cambio en nuestra manera de vivir. Cuidado con los golpes atmosféricos, con los garrotazos que nos damos unos a otros, con las contrariedades entre palabras y hechos, aparte de otros ademanes impropios de seres que han de armonizar, construir y trascender, lejos de ese afán dominador que nos viene dejando bloqueados.
Ciertamente, hemos de movilizarnos ante nuestras propias miserias humanas. Tan importante como ponernos en acción es no encogerse de hombros, para que cesen las hostilidades mundanas que nos están dejando sin nervio para batallar. No es de recibo proseguir combatiendo como salvajes, activando tragedias por doquier, en lugar de trazar otro espíritu más acorde con el crecimiento de cada cual. Por tanto, lo que más hay que cuidar es el corazón. Este clima de falsedades que nos inunda, junto a este oleaje de pensamientos vacíos, nos están haciendo retroceder como especie pensante. Efectivamente, lo que proliferan son las habladurías y los cotilleos, abecedario destructor a gusto de los poderosos que todo lo comercializan. No olvidemos que todo en su vida es puro interés y negocio. Casi como los actuales profesionales de la política que, en lugar de ser servidores, suelen servirse del pueblo.
Ante esta bochornosa realidad, en la que vamos de fracaso en fracaso; y, aún lo que es peor, sin dejarnos acompañar por gentes de principios y valores, al menos para poder incorporarnos, sin ser triturados por nuestras propias necedades. Desde luego, la experiencia de la frustración, vivencia incluyente en todos los humanos, ha de instarnos a esforzarnos mucho más en ese reencuentro con la vida en comunidad, sin desesperarse, trabajando arduamente y aprendiendo de los desengaños. Sea como fuere, hemos de levantar cabeza siempre. El venirse abajo no es algo fatídico, la cuestión está en tomar aliento y aglutinar valor para continuar el camino. Realmente no sé cuál puede ser la llave del éxito, lo que sí sé, que las cerraduras de los reveses que todos coleccionamos en nuestra historia, se solventan poniendo más alma en nuestros andares.
En efecto, tampoco podemos quedarnos paralizados por muy fuerte que sea la tragedia. Lo vital es continuar adelante, nada de abatirse, ni de tirar la toalla, mientras hay pulso tenemos una relación que elaborar, realizar y ejecutar. Ojalá comience como un benéfico sueño, como un proyecto de unión y unidad, como una confluencia de acceso a lo armónico. Al fin y al cabo, es cuestión de plantarle cara a esa legión de absurdos sembradores de conflictos, para los que quizás tengamos que ser mejores artesanos del verbo, pues se trata de conjugar desatinos con nuevos tinos, de poner buenos timbres a los tonos, y de activar el arte de lo auténtico, lo que requiere serenidad, constancia en lo creativo, sensibilidad en el moverse y destreza en la actuación. Cuántas más vidas se sumen a esto, mejor será el ambiente.
A mi juicio, por ende, es fundamental elevar el ánimo en un mundo al que hemos de hacer frente a multitud de retos, escollos y fibras divisorias, que amenazan nuestra propia destrucción humana. Desde luego, urge cultivar lazos de afecto, al menos para fortalecer la confianza entre culturas. El apoyo social ha de estar ahí siempre, ya que para lograr un mundo más justo, hacen falta otras estéticas más verdaderas, más lúcidas e ingeniosas que contribuyan a que permanezcamos todos ensamblados en torno a las bondades que vierte el servicio en común.
El día que los seres humanos en su conjunto sean fuente de armonía, germinará esa atmósfera fraterna tan necesaria como imprescindible para todo avance. Por eso, a esas personas que se ocupan de propagar concordia en todas partes, ellos sí que son los grandes cultivadores de la palabra, hecha luz, revertida en verso, conjugada y embellecida para que se restauren unos sistemas económicos más justos, que no excluyan a nadie, y que únicamente nos hermanen y vivifiquen. Pongamos audacia y fervor, en consecuencia, al menos para seguir sorprendiéndonos de una dinámica positiva, aquella de la que siempre brota el verdadero encuentro de latidos. Lógicamente, la amistad entre linajes es nuestra salvación. Vale más que el talento, porque es el mejor talante, al ser un goce gratuito que nos gratifica con mejor savia para todos.
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