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EL CABALLO EN EL QUEHACER Y SENTIR DEL MEXICANO

Derivado de un  artículo anterior, me preguntaban sobre el origen de la frase de “No alboroten la caballada” expresada por Porfirio Díaz al preguntársele sobre las aspiraciones de algunos candidatos para sucederlo ya en las postrimerías de la Revolución, similar a la pintoresca mención que haría a finales de los ochentas el entonces Gobernador de Guerrero Rubén Figueroa al referirse como “la caballada está flaca” al hecho de que para él no había aspirantes de peso para ser candidatos a la Presidencia de la República al término del mandato de José López Portillo (1976 1982) nominación que posteriormente recayó en Miguel De la Madrid Hurtado.

En ambos casos una expresión alusiva al caballo es utilizada en la terminología política para darle un tono de mayor fortaleza y energía denostando un símbolo arraigado en el espíritu del pueblo mexicano que tiene en el equino no solo a un animal de silla y placer,  qué lo encontramos como base de la charrería, carreras, turismo, paseos, rejoneo, cacería, salto, polo, aplicaciones terapéuticas, sino también ligado a todos los movimientos políticos y militares, como una figura importante en el sentimiento nacional, ilustrando expresiones populares, refranes, canciones o brindando una imagen de victoria, derrota o siendo el marco para ensalzar una figura egregia o simplemente como el recipiente ideal para libar tequila.

En efecto aunque el caballo no es originario de estas latitudes México lo ha adoptado en su esencia y sentimiento, no por algo somos el tercer país productor de equinos después de Estados Unidos y de China, sus orígenes en territorio americano se remontan al segundo viaje realizado por Cristóbal Colón en 1494, donde las crónicas establecen que dejó algunos caballos en La española (Santo Domingo) que veinte años después se multiplicaron y de ahí fueron llevados a Jamaica y Cuba, pero no fue hasta Hernán Cortés quién en 1519 trajo a estas tierras 11 caballos y 5 yeguas piezas fundamentales para la estrategia bélica contra los aztecas “Los naturales solo temen a los españoles por los caballos, que a los de pié a mucha ventaja nos hacen así por ser infinitos como por ser más ligeros”  (Bernal Díaz del Castillo).

Durante los tres siglos de la Nueva España se convirtió en la fuente principal de transporte y en un elemento que empoderaba y daba clase y realce a quién lo montaba, no por algo una de las estatuas más ilustrativas de este periodo es la estatua ecuestre de Carlos IV (personaje que nada tiene que ver con México) conocida como “El Caballito” realizada por el arquitecto Manuel Tolsá y que ha convertido en referente geográfico de la Ciudad de México en los sitios en que ha sido colocada.

En la Independencia la imagen de los insurgentes pero en especial la  del Siervo de la Nación Morelos está ligada al caballo, “La aurora siempre lo descubrió a caballo y solo para morir de pie, dejó de ser jinete”, igualmente se dice que a Don Agustín de Iturbide se le descubrió cuando regresó de su destierro de Liorna por el garbo que tenía al montar su caballo.

La Revolución Mexicana es tal vez el período histórico con mayor participación y prestancia de  este animal, (especialmente del caballo criollo) esta lucha fratricida no hubiera sido posible sin su participación, desde Madero, pasando por Carranza, Villa, Orozco, Obregón y todos los generales se distinguieron por montar excelentes ejemplares surgiendo de ellos los famosos corridos que expresan el heroísmo, fidelidad, arrojo y valentía de esta especie que muy a la manera nuestra son cantados por el pueblo como postrer reconocimiento a su buena lid, así encontramos por mencionar algunos: Caballo Prieto azabache, Siete Leguas, Caballo bayo, y que decir de la imponente imagen que hay en Chihuahua del General Francisco Villa en pleno relinche de su corcel.

En la época postrevolucionaria y con el predominio de vehículos de motor, la normalidad del caballo fue disminuyendo en las calles pero creciendo en lugares donde su cría y cuidado se hace con mayor ahínco, sensibilidad y esmero; pero eso no limitó a que su presencia invadiera el léxico patrio y se enriqueciera con un sinfín de refranes y dichos de la sabiduría popular reforzados con la fortaleza de esta bella especie, así si queremos expresar que a alguien le va a ir muy bien decimos que “Va en caballo de hacienda” o si sabemos que puede dar una sorpresa en algo decimos que es “El caballo negro”, el meterse en problemas es “andar entre las patas de los caballos” y “El caballo de hacienda sólo al patrón se le ensilla” cuando de atenciones especiales se trata y si de dichos nos ufanamos están: “A caballo regalado no se le ve colmillo”, “Nadie vende un caballo por bueno”, “Ya estarán yeguas ladinas, ni que perfumaran tanto”.

Indudable que el folklore patrio no podría serlo sin mencionar al caballo, La Charrería, las bellas escaramuzas, la música mexicana y la estampa patria estará siempre ligada a las crines briosas, a un sombrero, un zarape,  unas botas y unas lucientes espuelas que dan ese toque mágico al sentir nacional, y  que de seguro  ningún viajero fuera de México será insensible al escuchar en algún lugar del mundo las notas de un “Caballo Blanco” y añorará brindar un trago derecho  con un “caballito” de tequila.