Se dice que no hay mal que dure 100 años, pero Luis Echeverría Álvarez, el hombre que se ganó la candidatura presidencial del PRI en 1970 con la operación represiva contra los estudiantes en 1968, y que desplegó bajo su gobierno un estilo igualmente feroz contra normalistas en 1971, llegó a la centuria el pasado lunes 17 de enero. Es el hombre que soñó con ser designado Premio Nobel de la Paz cuando se hallaba en la cumbre de su ejercicio del poder, que pretendía dar lecciones de políticas de bienestar social a la Organización de Naciones Unidas (ONU), que desplegó represión, acusó egoísmo en el papel del sector privado y de las clases privilegiadas, que mostró gestos de intolerancia a la crítica, los cuales culminaron con el golpe a Excélsior. El hombre que hacía campaña desde la Presidencia de México, que llegaba hasta la censura para defender su obsesión con Benito Juárez, que encontraba por doquier enemigos de “la transformación que hemos iniciado”, que inhibió la inversión y luego enfrentó con ceguera y propaganda el desastre económico que propició. Ha sobrevivido a dos de sus sucesores hasta ahora, José López Portillo y Miguel de la Madrid, y casi todos los miembros de su gabinete han muerto.
En 2006, un juez lo encontró culpable de participar operativamente en las maniobras represivas contra el movimiento estudiantil de 1968, como resultado de las investigaciones ejecutadas por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada en 2001. En 2007 consiguió un amparo. Vivió después prisión domiciliaria derivada de dicho proceso.
Su más reciente aparición pública ocurrió el año pasado, cuando acudió a un centro de vacunación para recibir la inmunización contra la enfermedad de Covid-19.
Echeverría nació en 1921, apenas tres años después de la conclusión de la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles, y cuando en México aún no era fundado el PRI, el partido que le daría su reinado sexenal.
Su niñez transcurrió cuando ni el teléfono tenía cobertura nacional en nuestro país, pero ha alcanzado la era de la comunicación en tiempo real, el internet, las redes sociales.
A partir de una revisión de sus informes de gobierno, de revisiones hemerográficas y bibliográficas, EMEEQUIS presenta un esbozo del reinado sexenal de Luis Echeverría, que ejerció un mando marcado por la intolerancia, la represión, las ocurrencias y los disparates, y que heredó a México una de las crisis económicas más dramáticas del siglo XX.
Cerró su sexenio con la frase: “Vencimos incontables resistencias, pero el pasado no fue definitivamente sepultado”.
PAÍS AGRAVIADO
Luis Echeverría Álvarez fue electo presidente para el periodo 1970-1976. Su elección estuvo plagada de irregularidades, como todas las de entonces. El poder le ganaba al descontento popular.
El 18 de julio, el presidente del PAN, Manuel González Hinojosa, desconoció el proceso electoral del 5 de julio y el día 30 retiró a su representante en la Comisión Federal Electoral, además de que anunció que los presuntos legisladores panistas no asistirían al Colegio Electoral (órgano formado por los diputados electos o “presuntos diputados”, que calificaba las elecciones en ese entonces).
El México agraviado que iba a gobernar Luis Echeverría Álvarez, a partir del primero de diciembre de 1970, no en muchas décadas las heridas del sexenio diazordacista en las que el nuevo presidente había tenido responsabilidad activa.
Desde su campaña electoral Echeverría parecía empeñado en reconciliarse con el sector académico universitario. En su toma de posesión alabó la gestión de Díaz Ordaz, y en uno de sus recurrentes ataques retóricos dijo que “la nación, por sus maestros, encontró el camino de la libertad… es menester apoyar la función social, intelectual y moral del educador”.
Díaz Ordaz había perseguido obsesivamente a estudiantes y maestros universitarios, había violado la autonomía universitaria al invadir distintas instalaciones con el ejército y aun había amenazado con reducir el presupuesto asignado a universidades y otros institutos de educación superior, pero Echeverría anunciaba:
“Proporcionaremos a las universidades y a los institutos técnicos, los medios para que mantengan el conocimiento a la altura contemporánea. Respetaremos cabalmente su autonomía, porque sin libertad de pensamiento no existe creación intelectual”.
Tales declaraciones de Echeverría y aún la integración de varios maestros universitarios en el gabinete presidencial, no entusiasmaban a nadie, menos viniendo de Echeverría, más que los de Díaz Ordaz, para quien debe haber sido como un balde de agua fría.
Además, el nuevo mandatario había criticado la política económica de sustitución de importaciones que había funcionado los últimos sexenios, enmarcada en el desarrollo estabilizador.
EL HALCONAZO
A siete meses de su asunción al poder, el 10 de junio de 1971, Luis Echeverría Álvarez reprimió nuevamente a los estudiantes, ésta vez normalistas. Los hechos parecían un montaje.
En los primeros meses del año Luis Echeverría Álvarez había amnistiado a los presos políticos, fundamentalmente a los líderes del movimiento estudiantil de 1968, pero también a los dirigentes ferrocarrileros Valentín Campa y Demetrio Vallejo.
Pero la represión del 10 de junio desmentía cualquier presunta voluntad de reconciliación. Aquel jueves de Corpus de 1971 estudiantes y maestros recientemente excarcelados organizaron una marcha junto con los estudiantes normalistas, en la Ciudad de México. Partieron de las instalaciones del Politécnico en el Casco de Santo Tomás y al llegar a la altura de la Escuela Nacional de Maestros, los esperaba un contingente de jóvenes armados con varillas y boo (palos de kendo), que después sería conocido como el grupo paramilitar de los Halcones, quienes se lanzaron contra los pacíficos manifestantes.
Hubo un número indeterminado de muertos y heridos y el presidente Echeverría apareció esa noche en televisión para anunciar que se efectuaría una investigación sobre los hechos y prometió castigar a los responsables, con la consabida amenaza de quien en realidad no hará nada al respecto: “Caiga quien caiga”.
Se había diseminado la especie de que la matanza del 10 de junio había sido una emboscada no sólo contra los manifestantes, sino también contra el “progresista” presidente Echeverría, perpetrada por los emisarios del perverso pasado diazordacista.
A los pocos días renunciaron el jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez, y el jefe de la policía capitalina, Rodolfo Flores Curiel. Pero la investigación nunca se realizó, a pesar de las reiteradas peticiones que un sector de la intelectualidad hicieron para que se efectuaran. Mucho tiempo después el ex regente Martínez Domínguez denunció que los hechos del 10 de junio de 1971 habían sido una trampa urdida por el propio Echeverría.
EN CAMPAÑA DESDE EL PODER
Los sectores en los que no calaba el discurso “de puertas abiertas” del gobierno echeverrista eran los grupos guerrilleros, que en el campo y las ciudades actuaban, al parecer imperceptibles, secuestrando empresarios para financiarse, captando adeptos en las sierras, y recibiendo mucho mayor atención de la que el gobierno confesaba.
Al llegar la hora de su primer informe de gobierno, el primero de septiembre de 1971, Luis Echeverría Álvarez parecía referirse a ellos, los que habían quedado fuera del regazo reconciliador del gobierno, y sin mencionar en el mensaje político nada respecto del halconazo, hablaba de libertad y concordia.
Ponderaba la “benevolencia” oficial: “Hemos probado en varios casos, y lo seguiremos haciendo a lo largo de nuestro periodo, que la confrontación abierta de las posiciones, cuando éstas son legítimas, es la mejor vía para resolver los conflictos y las tensiones sociales. El diálogo no es un estilo circunstancial del gobierno. Debe ser la forma permanente de conducir las relaciones entre el pueblo y la autoridad”.
Y ahí donde no había enemigos, dentro del sistema, Echeverría encontraba fantasmas: “Hay quienes se inquietan por la franqueza que preside las relaciones entre los ciudadanos y el gobierno. Algunos más quisieran ver al Ejecutivo en una falsa solemnidad. Quiero recordar que la vida democrática es participación cotidiana en los asuntos públicos. No interrumpimos el contacto con el pueblo mientras dure nuestro gobierno, y gracias a su estímulo habrán de cumplirse nuestros programas”.
Y cual si continuase en campaña, como después lo haría otro presidente, años más tarde, Echeverría cerraba su mensaje con el lema que usó en la contienda electoral, “arriba y adelante”: “En este primer informe de gobierno invito nuevamente a mis compatriotas para continuar, caminando unidos, al amparo de la Constitución: hacia arriba, al encuentro de nuestras metas, y hacia delante, en la continuidad de un esfuerzo que apenas hemos iniciado”.
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