Se anuncia el regreso a las clases presenciales y más de uno o una levanta la ceja en son de protesta. No les falta razón: ¿pero cómo vamos a hacer eso?, seguro se propagarán los contagios, señalan algunas madres, las mismas que han compartido fotos con sus hijos en redes sociales en fiestas en la playa, en reuniones familiares, en plazas comerciales.
Más allá del doble discurso o de la moral de cada uno, así como de la responsabilidad o no con la que hemos llevado todos y al mismo tiempo cada quien esta pandemia, me refiero al acto simbólico del regreso a clases, lo cual de entrada me resulta necesario para reactivar no nada más el tema académico, sino el económico que se mueve alrededor de él, así como el de seguridad, pues si ya muchos regresaron a trabajar, ¿quién cuida a esos niños que no están en las aulas?
Más de año y medio después del encierro, luego de atravesar por un confuso sistema de semáforo, y habiendo sobrevivido a una elección intermedia federal, parece que regresaremos todos a las aulas después de un periodo raro de vacaciones. Y digo todos, porque como sociedad, nos urge que las aulas abran y funcionen para lo que fueron hechas: compartir conocimiento, preparar nuevas generaciones, mejorar la funcionabilidad de la sociedad, hacer mejores ciudadanos.
Resulta curioso que lo primero que se cerró para evitar contagios fueron las escuelas pero siguieron abiertos bares y botaneros, y con todo y semáforo negocios como los citados fueron de los primeros en la lista de reapertura, y los centros educativos serán los últimos de la lista en volver a abrir las puertas. Quizá esto explique mucho de nuestra realidad, la de apostarle menos a la ciencia y más a las maquetas.
Por eso nos urge regresar a las aulas, aunque no me queda claro si es el mejor momento o si estamos preparados para ello. El gobierno con la infraestructura (y no ya con una carta que los exime de responsabilidad), los maestros con una inducción que contemple por lo que han vivido en el entorno a distancia y la nueva realidad a la que se enfrentarán. Así como los padres de familia que empiezan a preguntar por los descuentos para la lista de útiles.
La responsabilidad pues debe ser compartida, debemos pensar en esos niños y niñas que regresan luego de tanto tiempo de estar en casa, a distancia, en las condiciones que ya se han comentado en diversos espacios y que todos conocemos de cerca algún caso, pero que ahora de golpe y porrazo se verán las caras luego de saberse en pantallas. ¿Cómo habrán cambiado, qué pensarán, su interacción será igual que antes de la pandemia?
Sin duda a todos nos hace feliz la idea de regresar, como dice la escritora Najat el Hjachmi en las páginas de El País Semanal: “Me gustaron casi todos los sitios a los que he viajado, pero con el tiempo me he dado cuenta de que en realidad lo que añoro es tener un sitio al que volver”, así es la escuela, ese sitio al que todos deseábamos volver después de vacaciones, por muy raras que fueran, por muy lejos que hayamos ido, por muy mal que nos haya ido.
Y en esa vuelta, en ese regreso a la realidad compartíamos experiencias, de eso va la convivencia en el aula, pero ahora el intercambio será otro, diferente, frío, cuántos de esos niños y niñas no perdieron a un ser querido en este lapso, cuántos maestros ya no darán clases porque engrosaron las listas de fallecidos, la realidad puede resultar dura pero si se decide regresar a las aulas, con todo lo que conlleva también insistir en cumplir la parte que le toca a cada quien.
Eso va por supuesto con temas de salud y prevención, pero también con temas de solidaridad, empatía, cooperación, y otros valores que también se forjan en la escuela, a donde volveremos para cantar el himno nacional de nuevo después de unas largas y raras vacaciones.
@rvargaspasaye
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