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En memoria del doctor David Alfaro, personaje imborrable

Me quedó grabadísimo aquello de la magia que debe tener el título de una nota periodística

Cuando se toma la palabra ante un público, si no se lleva preparado el discurso se presenta un hecho relevante, una mayor importancia porque las palabras brotan sinceras.

Así recuerdo la intervención del doctor José Luis David Alfaro, director de Meridiano, al atardecer del uno de agosto de 1990, durante el evento por el aniversario del periódico.

Y él habló así, sin nada escrito, con las palabras que cruzaban por su mente.

Muy a finales de abril de ese año, o entre el uno y dos de mayo, conocí al doctor Alfaro en las instalaciones de Meridiano, entonces por calle Zapata, entre Veracruz y Puebla en el centro de Tepic.

Aquella primera semana de mayo me inicié como reportero, aprendiendo del periodista Guillermo Aguirre Torres.

Con el paso del tiempo se me dejó a cargo de la Nota Roja. Un día me comentó que en los títulos tratara de disminuir “la, el, y, los” para eficientizar el espacio, y que intentara poner a pensar al lector antes de su ingreso a la nota. Un título no tenía porque ser obvio.

“¡Aguantadora!”, recuerdo aquella llamada con letras grandes, hoy impensable, referente a una mujer que llevaba droga en sus partes íntimas, en un condón.

Por la tarde el doctor me comentó que al ver el periódico en las calles no tuvo idea de qué se trataba la información. El título le parecía bueno, pero también me advirtió: habría que tener cuidado.

El doctor dividió al periódico por secciones.

Así, la Nota Roja pasó de ser la última página para convertirse en la sección que se mostraba en las calles para aumentar la venta. Creo que Meridiano debe tener el mejor tiraje en la historia de algún periódico en Nayarit.

Hubo un tiempo que por las tardes el doctor nos reunía en su oficina a los encargados de cada sección; le adelantábamos cuál era nuestra nota principal hasta ese momento.

La responsabilidad aumentaba.

Fue en vano mi petición para que la nota principal no fuera sólo de tipo policíaco, sino de cualquier tema.

Cuando aquellas reuniones terminaron, ya no fueron frecuentes los encuentros con el doctor. Me dejaba trabajar con libertad.

“Quíhubo, cabrón”, era su saludo amistoso.

Rara vez me preguntaba a qué temas le dábamos seguimiento.

Cuando había algún reclamo, alguien que iba al periódico a buscar a los reporteros de Nota Roja, él daba la cara para apaciguar los ánimos.

Recorría el periódico de día y de noche. Llegué a saber que a veces llegaba de madrugada, siempre alerta, verificando el trabajo de todo el personal.

Temprano, a Meridiano llegaba el periódico El Norte, mediante suscripción.

Más de una vez oí decir al doctor que leyéramos ese periódico para aprender en la redacción, en los títulos, en los reportajes. Siempre en algo.

No fue casualidad que Meridiano fue el primer periódico hecho en Nayarit a color, o que se hicieran periódicos regionales: el Meridiano de la costa, del sur, de Puerto Vallarta.

También se dio vida al periódico El Gráfico.

Si te podía ayudar, más tardaba uno en decírselo que ya estaba respondiendo que si.

“Vete unos días a Vallarta, con tu familia, tú nada más pagas el pasaje”, me sorprendió en el verano de 1993. Y luego me extendió una carta para el hotel Holiday Inn con todo incluido durante dos noches.

A principios de 1995 le comenté que en unos meses iría a visitar familiares en Estados Unidos. Le pregunté si tendría apoyo para los boletos de avión.

Así recuerdo su respuesta:

“Si para entonces ya tenemos la publicidad con Aerocalifornia, ya la hiciste”. Y sí.

Recibí tres boletos de adulto y un medio boleto de niño, de ida y vuelta, por los que no pagué ni un peso.

“Estos boletos son para la gente que trabaja aquí”, lo oí expresar.

Otra vez, estando con él, un buen voceador le pidió ayuda para la atención de su esposa enferma. Le respondió que la llevara a tal hospital. Él pagaría.

El doctor era una persona que daba sin hacerte sentir incómodo o que le quedabas debiendo o que esto y lo otro, más allá de hacer un esfuerzo en tu trabajo. Es una característica que pocas personas tienen.

De personalidad fuerte, también era explosivo: un día nos puso una regañada a grito abierto, bañándonos a varios, por un grave error en una publicación en aquel 1990. Recuerdo el instante: su cara gruesa, sus palabras dejándonos mudos.

Aquellos primeros meses de este oficio llegué a temerle. No quería encontrarlo ni de casualidad. Era un alivio que no se detuviera donde yo estaba.

Una tarde me pidió ir a su oficina y, a solas, me hizo un grato comentario sobre un trabajo mío, una nota exclusiva publicada en Meridiano.

El doctor entendía mejor que nadie la importancia de nuestra sección y, por ejemplo, en mi espacio tenía un teléfono con línea abierta desde el cual podía llamar a cualquier parte de Nayarit y de México, siempre y cuando se tratara de la búsqueda de información. Si sabíamos que algo ocurrió en Tijuana o en Chiapas o en cualquier parte relacionado con algún nayarita, allá llamaba yo, a algún periódico, a la policía, a alguien.

Ése teléfono, me dijo una vez, era el segundo que más gasto generaba en el periódico.

Trabajar en Meridiano con el doctor significaba, al menos en esos años, la seguridad de recibir el pago puntual y de estar afiliado al Seguro Social, situación que no es frecuente en medios de comunicación.

La posada de Meridiano siempre era el 23 de diciembre. Ése día se entregaba la información muy temprano para que todos los trabajadores tuvieran tiempo de asistir. Refrigeradores, estufas, televisiones, eran rifados.

Nunca gané nada.

El 24 de diciembre no se trabajaba en Meridiano, pero sí en Navidad, para salir a circulación el 26.

El doctor Alfaro murió el pasado 25 de diciembre.

Nunca lo imaginé sin vida, sin su característico sombrero.

Me hizo sentir apreciado, y es un sentimiento que guardo por él. Por supuesto es objeto de críticas, que se respetan e, incluso, son necesarias para ahondar en el personaje. De él seguiremos hablando, escribiendo.

Un mes de antes de su muerte lo encontró uno de mis hijos. Lo saludó de mi parte y él me hizo llegar los suyos.

En mayo del 2018 le hablé por teléfono para invitarlo a la presentación de mi libro La Generación del Cacahuate. No pudo asistir. O no quiso.

Ahí quería decirle mi agradecimiento –de hecho, lo expresé- por el inicio de este oficio de reportero en Meridiano.

Creo que el doctor David Alfaro tiene un lugar en la historia del periodismo en Nayarit. Entre tantas cosas, dio espacio a muchos jóvenes en el inicio de este oficio.

Me quedó grabadísimo aquello de la magia que debe tener un título.

Este 11 de agosto cumpliría años.

Descanse en paz.