La igualdad ha sido —más cercana y claramente desde la Revolución Francesa con su lema Liberté, Égalité, Fraternité, y menos clara y más remotamente, al menos desde los primeros siglos del cristianismo, en la expresión de San Pablo en su Carta a los Galatas “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”, una frase en la que Hegel vio el principio de la libertad de todos expresada en el lema de la Revolución Francesa, una revolución que, para el filósofo suabo, era inalcanzable en un país en que no se hubiera hecho, previamente, la reforma religiosa— uno de los ideales clave de la civilización contemporánea y, sin embargo, la cruda realidad sigue estando lejos, muy lejos de ese ideal.
Ese trecho entre el dicho y el hecho —quel mare di mezzo tra il dire e il fare— ha quedado en evidencia en los tiempos que corren con el asunto del desarrollo, la compra y la entrega de las vacunas contra la Covid-19, un asunto que no solo muestra que “la distancia es cada vez más grande”, sino que la arkhé hegemónica de nuestros tiempos sigue siendo: primero yo-nosotros y, después, quizás, los-demás, un principio cuya hegemonía irrumpió en los inicios de la modernidad y, apenas, el siglo pasado, encontró una clara contraparte en la que el principio fundamental debe ser el otro, la otra, el dis-tinto, la dis-tinta y, más concretamente, las personas empobrecidas, despojadas, subhumanizadas, descartadas, excluidas.
El mes de abril de 2020 surgió una iniciativa global liderada por la Organización Mundial de la Salud, la Comisión Europea, Francia, la Fundación Gavi y la Coalición para la Promoción de Innovaciones en pro de la Preparación ante Epidemias [CEPÏ] denominada COVID-19 Vaccines Global Access, mejor conocida como COVAX, con el fin de apoyar el desarrollo, la fabricación y la distribución de las vacunas para la Covid-19.
La plataforma COVAX trabaja con siete diferentes fabricantes en el desarrollo de vacunas, de los cuales cinco habían sido aprobados por la OMS a principios de junio del presente año: AstraZeneca-Oxford, Pfizer-BioNTech y Johnson & Johnson, CoronaVac y Sinopharm.
Entre lo países que participan en esta iniciativa, hay noventa países [entre ellos 14 de América Latina] que participan con recursos propios y que pueden comprar vacunas para vacunar entre el 10% y el 50% de su población y otros países, de medianos y bajos ingresos [5 de ellos latinoamericanos] que no tienen que pagar por las vacunas, las cuales son financiadas por el Gavi COVAX Advance Market Commitment Program (AMC por su siglas en inglés), el cual recaba fondos a través de asistencia de desarrollo oficial, el sector privado y la filantropía.
La meta que COVAX se ha propuesto alcanzar antes del fin del año es de entregar 2,000,000,000 de dosis entre sus países miembros.
Sin embargo, al 4 de junio, solo el 0,3% de las dosis de vacunas habían ido a los 29 países más pobres del mundo ya que los países más ricos han dado prioridad a la vacunación de sus habitantes.
De ahí que hace unas semanas, en la revista científica The Lancet se haya llegado a afirmar que un programa que debía servir para suministrar vacunas de manera equitativa terminó dependiendo de la voluntad de los países ricos para compartir sus dosis, algo, por cierto, nada extraño de acuerdo con los dispositivos que mueven al mundo, no en los dichos, sino en los hechos.
De acuerdo con lo publicado en la revista científica antes mencionada, no habría dos, sino tres clases de países en el proyecto: los más ricos que pagarían por adelantado, los de menores ingresos recibirían donaciones que les ayudaran a comprarlas y los 92 países más pobres, las recibirían sin costo.
El problema comenzó cuando los países más ricos comenzaron a cerrar acuerdos bilaterales con las farmacéuticas para asegurar sus propias vacunas.
En agosto de 2020, Estados Unidos había logrado acuerdos con los que obtendría 800 millones de dosis, cantidad suficiente para vacunar al 140% de su población; Reino Unido logró acuerdos que le proveerían vacunas para vacunar al 225% de su población y la Unión Europea había asegurado 500 millones de dosis.
Por si este “agandalle” —explicable y tal vez, incluso justificable, desde una visión nacionalista o regionalista— fuera poco, otro dato importante que es preciso mencionar es que la mayoría de los países que cerraron acuerdos bilaterales no invirtieron en COVAX, como se suponía que lo harían para que el proyecto fuera viable, lo que explica que, de los 2,000 millones de vacunas distribuidas, solo el 4% habían sido distribuidas a través de COVAX.
El contraste entre los países ricos que han vacunado ya a una gran parte de su población, muchos que están comenzando a vacunar a su población y los que todavía están esperando la llegada de sus primeras dosis es, no solo escandaloso, sino riesgoso, si se toma en cuenta que, para que la crisis sanitaria pueda terminar, se requiere que, al menos, el 70% de la población mundial esté vacunada, porque no podemos olvidar que, si bien los estados-nación siguen siendo el modelo geopolítico vigente, vivimos en una aldea globalizada.
En medio de todo, hace abrigar esperanzas el compromiso al que han llegado los líderes de los países más ricos del mundo de donar mil millones de dosis y un plan para ampliar su producción con lo que esperan se pueda poner fin a la pandemia en 2022.