En las últimas décadas han crecido el número de brotes de enfermedades de origen animal en humanos (zoonosis), al aparecer nuevos patógenos como el nuevo coronavirus, que genera la COVID-19, y un estudio relaciona este aumento con la invasión humana de la naturaleza.
Investigadores del Instituto One Health, de la Universidad de California, Estados Unidos, que estudian la conexión entre salud humana, animal y ambiental, han contabilizado 142 patógenos de origen animal que provocan enfermedades en humanos.
Advierten que la cifra es con seguridad mayor, ya que el estudio solo analizó virus y se centra en las transmisiones entre mamíferos, dejando fuera otras clases como las de los reptiles, anfibios o aves. La investigación tampoco incluye los virus en dirección contraria, de los humanos a los animales (antroponosis).
Aunque se considera que el 10 por ciento de las especies de mamíferos transmiten virus a humanos, las especies domesticadas son responsables de la mitad de las zoonosis víricas y pueden transmitir un promedio de 19 virus contra 0.23 que proviene de animales salvajes.
Cerdos y vacas, por ejemplo, alojan 31 virus zoonóticos. En la naturaleza, los roedores, murciélagos y primates acumulan el 75.8 por ciento de los patógenos de origen vírico.
De esos datos, los científicos extraen algunos de los factores que elevan el riesgo de una zoonosis, entre los cuales destaca la domesticación, ya que los animales domesticados son los que más están en contacto con los humanos, los más abundantes, con centenares o miles de millones de ejemplares.
Los animales con mayor rango geográfico y los que se han acercado a los suburbios tienden a albergar más zoonosis, como los roedores.
Otro factor que facilita el salto del virus es la cercanía genética, y de ahí la veintena de zoonosis que proceden de varias especies de primates.
Sin embargo, la cercanía genética y la domesticación son factores que no explicarían el aumento reciente de las zoonosis. En un estudio publicado en 2014 se contabilizaron más de 12 mil brotes de 215 enfermedades contagiosas entre 1980 y 2013. En ese lapso, los brotes zoonóticos aumentaron hasta ser el 56 por ciento del total.
Para los investigadores de One Health y otros, la clave está en la intrusión humana en el entorno natural.
“La propagación de virus desde los animales es un efecto directo de nuestras acciones sobre la vida salvaje y sus hábitats”, señala la investigadora del Instituto One Health, Christine Kreuder Johnson. “La consecuencia es que están compartiendo sus virus con nosotros y eso amenaza la supervivencia de las especies, a la vez que aumenta el riesgo de propagación”, añade.
Con los datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) de unas cinco mil 300 especies de mamíferos salvajes, Johnson y sus colegas comprueban que la riqueza de virus escala con la abundancia de una determinada especie.
Las especies más abundantes, con un mayor rango geográfico y mejor adaptadas a los entornos alterados por los humanos concentran buena parte de los virus zoonóticos, pero el estudio apunta a una relación entre el grado y el tipo de amenaza que sufre una especie y su riesgo de propagación de virus a los humanos.
En general, las especies más amenazadas de extinción son las que menos riesgo tienen, ya que suelen ser poblaciones ya muy reducidas y concentradas en áreas pequeñas, así que el riesgo de contacto y de contagio es menor.
Determinadas amenazas tienen que ver más con la explotación, como la caza y el tráfico de especies, y el deterioro del hábitat, que elevarían el riesgo de zoonosis desde las especies que lo sufren.
Lo anterior no encaja con los murciélagos y la COVID-19, aunque sí con los intermediarios de otros dos coronavirus que provocan enfermedades, como el caso de la civeta de las palmeras, señalada como eslabón entre murciélagos y humanos en la aparición del brote de SARS de 2002 a 2004, y el surgimiento del síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS, por sus siglas en ingles) en 2012.
Aunque los dromedarios serían su nexo con los humanos, su origen también hay que buscarlo en los murciélagos. Tanto las civetas como los dromedarios son animales en contacto con los humanos: las primeras, por el deterioro de su hábitat, y los segundos por su carácter de animal domesticado.
La experta en zoonosis Bárbara Han, investigadora del Instituto Cary de Estudios de los Ecosistemas, publicó en 2016 un amplio “Informe sobre las zoonosis por venir” y, desde entonces, cree que “habrá nuevos patógenos en el futuro”.
Coincide con los autores del estudio publicado ahora que “está en aumento la frecuencia de la propagación”, pero el problema es que “es difícil recoger datos sobre la intrusión humana en relación con las nuevas zoonosis, como no tener pruebas de diagnóstico para detectarlas sobre el terreno, ya que por lo general se infectan pocos individuos para llamar nuestra atención, y hay poca o nula información previa sobre los reservorios salvajes.”