Hay un deseo innato de vivir, pero también contamos con un deterioro de esa vida silvestre, que conlleva asimismo una degradación humana, capaz de dejarnos sin aliento. Naturalmente, hoy más que nunca, estamos llamados a responder de esa pérdida de biodiversidad, sobre todo en las poblaciones naturales, pues hemos de ser más cuidadosos y protectores con nuestras actividades humanas, ya sean del reino vegetal o animal, que nos acompañan y las necesitamos. En consecuencia, tanto en áreas urbanas como rurales, se deben preservar espacios comunes, donde el factor natural esté presente de algún modo. De lo contrario, los efectos sobre la vida de las personas resultan realmente dramáticos.
A propósito, nos alegra que haya nuevas propuestas, y que coincidiendo con esos doce días de este mes de agosto de la Convención sobre el Comercio Internacional de especies amenazadas, se trabaje con más ahínco si cabe en favor de las variedades y los ecosistemas mundiales, reforzando nuevas medidas por parte de los diversos gobiernos, dispuestos a ser más contundentes con esa sobreexplotación directa de los organismos vivos, a través de la caza, la pesca y la tala no sostenible o ilegal. Por desgracia, los delitos contra esa vida campestre nos desbordan en casi todos los entornos, e indudablemente, necesitamos restaurar esos espacios virginales y promover el buen uso de los ambientes físicos.
Sea como fuere, cada vez estamos más sumergidos por agentes contaminantes de todo tipo, y necesitados de contacto físico con la naturaleza o con los hábitats costeros. Con demasiada frecuencia dejamos pasar actitudes irresponsables que han de cesar. Por otra parte, la participación cada día mayor de grupos de delincuencia organizada, sin ética alguna, nos está dejando un planeta verdaderamente caótico. Por eso, es fundamental esperanzarnos con la sensibilidad personal y humanística de un nuevo modo de vivir, más implicado con los espacios naturales, con esa ecología ambiental que es lo que verdaderamente nos da supervivencia e ilusión. No cabe duda de que tenemos que cambiar, salir de este estado de inseguridad que sólo favorece a ese colectivo de egoístas, cargados de privilegios, y que sólo practican estilos de vida posesivos.
Nuestra expectativa ha de estar, por tanto, en hacer valer el comportamiento de la consideración hacia toda existencia, en construir una cultura de vida más auténticamente compartida, consecuente con el entorno del planeta, donde prevalezca únicamente la estética de lo bello, la relación humana con la naturaleza, la delicadeza por la acción personal y comunitaria, en favor siempre de ese estado natural, que es lo que verdaderamente nos fortalece a través del innato vínculo solidario con todo lo que nos rodea. Quizás tengamos que ser más exigentes también con nosotros mismos, y no perder un instante en crecer hondamente, con espíritu sencillo y humilde, que es donde se halla realmente la fuerza curativa de la voluntad.
Querer ese cambio de talantes ya es un buen inicio en pro de conservar y utilizar sosteniblemente nuestro capital humano y natural. Desde luego, una humanidad que permite que más de quinientas personas hayan muerto en las rutas migratorias de América este año, o que el Mediterráneo continúe siendo la ruta marítima más mortífera para refugiados y migrantes, insensibles a esos inocentes abandonados en el mar o ahogados en las costas europeas, tiene que enmendarse, pues todos seguramente podemos hacer más por la estima de vidas y de procederes con el propio medio, cada uno desde su cultura, su práctica, sus iniciativas y sus facultades.
De ahí, la transcendencia de que reconsideremos fortalecer a las nuevas generaciones, desde los planes educativos, de una mayor conciencia de que somos una sola familia humana, en un único planeta, donde para empezar tenemos que ayudar a rescatar vidas abandonadas, flora olvidada y hasta esa fauna a punto de extinguirse por ese espíritu corrupto de comercialización. Bravo, pues, por esa Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, un acuerdo internacional concertado entre los gobiernos, que sin duda velará para que el trajín de animales y plantas silvestres no sea una amenaza para su persistencia. En cualquier caso, ojalá aprendamos a mirarnos con ojos más humanos: seamos menos depredadores y más constructores de moradas con latidos dispuestos a abrazarse.