Hay que leer al poeta Amado Nervo, para conocer su musicalidad, auténtica y fuerte pasión lírica, llena de fuerza expresiva, pero también a quien se criticó y llegó a llamársele “un pésimo poeta”, señaló el crítico literario, traductor y ensayista Geney Beltrán.
En entrevista con Notimex, el también novelista y editor recordó que Nervo, nacido el 27 de agosto de 1870 en Tepic, Nayarit, y muerto el 24 de mayo de 1919 en Montevideo, Uruguay, es considerado como “el más grande lírico de América”.
Sin embargo, Jorge Cuesta, también bardo, crítico literario y reconocido personaje de la cultura mexicana, lo consideró “un pésimo poeta”, y Xavier Villaurrutia, miembro del grupo Contemporáneos lo ubicó como “el hombre que acabó por destruir al artista”.
Beltrán Félix subrayó que, no obstante, “se trata de una de las figuras más grandes del Modernismo latinoamericano, enarbolado por Rubén Darío”, si bien se puede señalar que fue “un autor excesivo”.
Se trató de un autor que llegó a tener una gran recepción entre los escritores, con enorme arraigo popular, manteniendo el elogio “por su figura polémica, realmente apasionada y valiosa para la literatura mexicana y latinoamericana en general”.
De lo que no cabe duda es que tuvo una actividad literaria de gran fertilidad, y fue un escritor de extraordinaria capacidad de trabajo, tanto en la prosa como en la poesía, lo cual quedó truncado con su muerte, ocurrida cuando tenía 48 años y poco más de nueve meses de edad.
Falleció en Montevideo, cuando se encontraba en Sudamérica luego de que el entonces presidente de México entre 1917 y 1920, Venustiano Carranza, lo nombrara Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante los gobiernos de Argentina y Uruguay.
A su llegada a Sudamérica recibió honores de Hombre de Estado; además, por su arte se le llegó a llamar El Príncipe de los Poetas Continentales.
Nacido en Tepic, Nayarit, “tuvo oportunidad de ingresar al Internado de Jacona, en Michoacán, siendo apenas un adolescente”, pudo haberse dedicado al sacerdocio, pero problemas económicos de su familia lo orillaron a dejar los estudios y se dedicó al periodismo en su ciudad natal y Mazatlán.
Posteriormente se estableció en la Ciudad de México, donde conoció a poetas importantes de la época, como Manuel Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada y Luis G. Urbina, a los que admiró. Entrado en sus años 20 publicó la novela “El bachiller” (1895), que tuvo gran éxito y le siguieron varios libros de poesía.
Empieza de este modo a ganarse un nombre en las letras mexicanos y en 1900 viaja a París como enviado para cubrir periodísticamente la Exposición Universal. Conoce entonces a poeta nicaragüense y abanderado del modernismo, Rubén Darío.
La amistad y cercanía de éste “lo llevó a relacionarse con otros poetas destacados en ese momento, de manera especial bardos franceses, argentinos”, abundó Geney Beltrán, al mencionar que en esos años pasó dificultades económicas, sin embargo continuó escribiendo y publicando.
Refirió que se nota entonces un primer periodo de Nervo, a través de sus libros de 1898, “Perlas negras” y “Místicas”, en los que muestra una afinidad con el simbolismo francés.
Pero “con los años, su poesía se fue depurando en el terreno de lo formal; se volvió menos preocupado por la contundencia y la formalidad y más por la representación diáfana de los estados interiores del ser humano”.
En ese periodo de su creación se advierte su naturaleza religiosa. Hay un diálogo con la fe, deja ver el temor por la pérdida de ella, hay elementos de sumisión, de aceptación del destino, a la vez que una búsqueda esperanzada por el creer, explicó Beltrán, autor también de la novela “Cualquier cadáver”.
La de Nervo es una poesía progresivamente intimista de carácter místico. Esa sinceridad, expresión de una visión particular del mundo donde constantemente está registrando sus emociones y los movimientos de su alma, es lo que marca la última época de su vida, sobre todo con su libro póstumo “La amada inmóvil” (1922), uno de sus mayores éxitos, externó.
Recordó que la poesía de Nervo recibió en su momento grandes elogios de escritores como Rubén Darío, Alfonso Reyes, Leopoldo Lugones, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral, pero con su muerte inició una nueva lectura de su trabajo con una postura menos elogiosa.
Ahí se inscriben las definiciones mencionadas de Cuesta y Villaurrutia, anotó Beltrán Félix, para quien Nervo fue un autor excesivo. Pero también, prolífico, desmesuradamente fértil y a quien, por lo menos en el campo de la poesía, conviene leer en antologías y selecciones.
“En sus menores momentos es un poeta altísimo. Algunos de sus poemas más extraordinarios, como ‘La hermana agua’, son los que han tenido mayor favor entre los lectores comunes y algunos críticos”.